Por: Fernando Silva
El cohecho y la corrupción son fenómenos globales con alto arraigo en las diferentes culturas de todo el mundo, convirtiéndose en la mayor situación que lacera la justa disposición del ánimo que mueve a dar a cada uno lo que merece, así como para el progreso de la humanidad mediante disímiles modalidades y la adversa alteración de los esquemas cívicos, éticos y morales en la coexistencia social. Entre sus múltiples repercusiones están: impedir el estado de derecho y el desarrollo sostenible de las naciones; amenazar la estabilidad y seguridad de las sociedades; socavar a las instituciones públicas y privadas; solivianta el juicio moral de la gente; no reconoce ni respeta los valores esenciales de libertad y equidad de todos los ciudadanos ante la ley; genera malintencionados vínculos con otras formas de delincuencia; socava las leyes y las normas sociales; se desvían los fondos públicos en detrimento del bienestar de las poblaciones; posibilitan las redes delictivas y el terrorismo; incita las luchas armadas; coloca a las naciones en caos y muerte de millones de personas… Ya en la antigua Grecia —es un hecho histórico del que hicieron eco los filósofos clásicos— que entre los elementos que provocaron (y continúan propiciando) los grandes cambios políticos y sociales se hallan siempre en la corrupción; y en la República romana las manifestaciones que se hicieron presentes en la conciencia de su sociedad fueron uno de los principales problemas hasta que dictaron leyes que sancionaban tal contravención. Obviamente, también existen otros deplorables delitos: la concusión y la prevaricación.
En ese sentido, la convención de las Naciones Unidas contra la Corrupción exige que sus signatarios penalicen las numerosas y nocivas prácticas. Así, la mayoría de las jurisdicciones incluidas las de la Convención para Combatir el Cohecho a Funcionarios Públicos Extranjeros en Transacciones Comerciales Internacionales —iniciativa de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE)— establecen tal proceder como delito penal. Asimismo, Transparency International (TI) introdujo los Principios Empresariales para Contrarrestar el Soborno en el 2002, contemplado esencialmente para las grandes firmas de la industria transnacional. Desde entonces, esta idea fundamental pretende ser un modelo para desarrollar programas que pugnen en contra de dar dinero o regalos a servidores públicos para conseguir cualquier beneficio de forma ilícita, acompañado de pautas que apoyen a organizaciones con menos recursos y que buscan no corromper, así como no ejercer ni fomentar el fraude empresarial. Valores de tolerancia cero bajo los cuales las relaciones comerciales pueden desarrollarse con integridad y justicia. No obstante, la expresión es tan sólo eso, ya que en lo habitual se observa que el grado de flexibilidad que se aplica ante las deshonrosas administraciones, procedimientos o actitudes es laxa.
Pero, más allá de las secuelas legales y éticas ¿forman parte de la naturaleza humana la simulación, el engaño y la mentira, tanto en la esfera personal como en las relaciones sociales y profesionales? La respuesta es fácil ¡por supuesto que sí! Desde los saludos estructurados «Buenos días» «¿Qué tal estás?» «Bien, gracias» en donde las palabras descuidan su genuino significado para dar paso a fórmulas de «cortesía» hasta las elaboradas técnicas de negociación empresarial que gravitan en función de roles, en donde se entremezcla lo que se aparenta ser con lo que es efectivo o tiene cuantía práctica en contraposición con lo legal, además de las reglas, principios, procedimientos y aplicaciones de la comunicación institucional de intención persuasiva, que con infaustos recursos psicológicos e informativos, escoltan a perniciosos empresarios —de ideología tóxica y extremista— para influir en sus destinatarios (gobiernos y sociedades) con la demente intención de presionarlos mediante amenazas y chanchullos para obligarlos a actuar en cómplice servilismo mientras se apropian de los recursos materiales y naturales que están a su alcance. ¡Ah! pero estos despreciables personajes —en otros entornos sociales— son figurones de alta referencia y de ser ejemplo por administrar sus bienes y riquezas de manera «sorprendente» ante los avatares económicos que afectan a la humanidad.
En tal escenario, el proceso de impulso en la equitativa conducta social, los seres humanos tenemos la ventaja de disponer de nuestra capacidad cognoscitiva que se ha desarrollado de manera paralela al control de los instintos, mismos que necesitamos para la supervivencia, sin embargo, su papel se ha ido reduciendo dejando sitio al proceso de selección cultural —que definen las parásitas cúpulas económicas y políticas mundiales— con la perversa intención de manipular el comportamiento de la gente para que se desvíe de sus responsabilidades en los roles públicos o privados a cambio de migajas monetarias o de «estatus» en su ámbito adyacente. Entonces, pareciera que tal comportamiento —de los virulentos empresarios— así como el seguimiento de las normas no depende de las leyes por quebrantar, sino de que permuten a modo los sistemas judiciales de las naciones en las que implantan sus delictivos negocios. De ahí, que la impunidad y la falta de procesos justos erosionen a los modelos sociales que elevan y protegen la calidad de vida de todo ser viviente y los ecosistemas, aspectos que con demasiadas señales nos interpela nuestra Madre Tierra. Que dicho sea de paso, celebra su Día Internacional el próximo 22 de abril.
Sin intentar justificar las perversas acciones de tan singulares individuos, pero sí pensando en el bien común, se puede considerar que un componente revelador de este tipo de plaga empresarial está en el autocontrol, entendidos —o al menos eso se esperaría— que sus desasosiegos afectan su capacidad de comprender y, por ende, de aceptar alguna orientación para desempeñarse de manera apropiada, ya que por lo advertido, tal asesoramiento les genera obscurecidas implicaciones mentales, al grado de perjudicar sus relaciones familiares y profesionales, además de ser ambivalentes cuando surge un problema de mando; al parecer están terriblemente henchidos de soberbia, ambición y «autoridad» lo que de acuerdo con la psicología, tan patética exhibición puede residir en alta inseguridad y baja autoestima, por consiguiente temen que sus deseos escapen a su control y se encuentren a merced de otros, por lo que es probable que su mecanismo de defensa —los métodos que utiliza la parte inconsciente de nuestro cerebro para mantener el equilibrio en situaciones emocionalmente difíciles o que conlleven un gran esfuerzo psicológico— no evita que su conducta surja sin generosas soluciones, ni que tenga alguna causa que los motive a conducirse racionalmente, por lo que en un espíritu de pensar en el bienestar de todos los miembros de una comunidad en contraposición al bien privado e interés particular, habrá que dar por sentado el antagonismo explícito como causante de sus conductas y las estrategias disponibles en estos sujetos para resolver sus estupideces. Obviamente, no se encuentran en el casillero de la reflexión, la bondad y el afecto para sentir empatía por sus semejantes, por lo que es necesario exhortarles la lectura de «El principio esperanza» de Ernst Bloch, que nos anima a revisar aspectos constitutivos de las teorías actuales sobre los conflictos sociales y la armonía en favor de la cordura y la paz, al menos en lo individual y con los seres queridos, así como con las especies animales y vegetales que nos rodean.
Por estas razones, eliminémosle dudas a la conciencia sobre el sobornar y mejor, pensemos en que nuestras acciones se establezcan en principios éticos y en el lenguaje de las cosas que nos conmueven, así como en favor de nuestro ser digno y esencial para elevar la calidad de vida.
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