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Los retos de los partidos opositores (Parte II)



Por Omar Garfias

@Omargarfias


La filosofía populista pone énfasis en una división básica: entre las personas comunes y las élites beneficiarias del sistema.

El populismo aprovecha la inconformidad contra las oligarquías. No resuelve las desigualdades ni las exclusiones, pero sí las aprovecha políticamente.

Cuando las cúpulas de los partidos concentran las decisiones y el poder, lo que hacen es confirmar la tesis populista ante los ojos de los ciudadanos.

Los electores ven cómo unos pocos deciden todo y se reparten, entre sí, cargos, candidaturas, curules y plazas.

La vida interna de los partidos opositores ahuyenta a la gente de los partidos mismos, de la política en general y de las urnas.

Lo que sucede adentro —cómo se toman decisiones, cómo se distribuyen el poder— aísla a los partidos de la mayoría de los votantes, los separa.

En 2018, en el Estado de México, cuatro millones 300 mil personas votaron por la coalición de Morena, mientras el 4 de junio pasado lo hicieron solo 3 millones 200 mil.

A Morena le siguió alcanzando para ganar, porque ese millón de personas que, por la razón que fuera, ya no votaron por ese partido, tampoco lo hicieron por el PRIANPRD. Prefirieron abstenerse.

Presumiblemente, aún los ya desilusionados del gobierno morenista no ven en los partidos opositores las formas de ser que les entusiasmen para afiliarse a ellos y/o interesarse más por la política y/o votar.

Parte importante de la narrativa de una campaña, del candidato, estriba en la manera como obtuvo la candidatura. Delínea su relación con el poder, con las élites y con los ciudadanos.

Hasta hoy, los candidatos del PRI y de la oposición han sido resultado de "cochupos" y arreglos donde no intervienen las personas comunes.

Se extrañan de que no disminuye la abstención, cuando no hacen lo necesario para que los electores vean un comportamiento distinto que les dé confianza.

Llegan a sus posiciones políticas de la misma forma excluyente de siempre.

Los votantes advierten que los partidos siguen igual que antes, como si no estuviéramos viviendo la crisis de representatividad política más importante del México democrático.

No renovaron los modos, el lenguaje, las costumbres, las reglas no escritas y toda la liturgia interna que cierra las puertas al nuevo país que implosionó en 2018.

No han reaccionado, actúan como si no tuvieran problemas.

Es innegable que está triunfando la antipolítica, el antisistema, una forma de rechazo a la anterior élite gobernante.

Valga apuntar que Morena ha formado una nueva élite, aunque lo niega pues finge ser pueblo. Una nueva élite integrada con muchos miembros de la vieja élite.

Para representar la inconformidad ciudadana, los partidos opositores están obligados a revolucionar su vida interna, la forma como toman las decisiones.

Tendrían que dar reversa a la ruta actual de mandar el poder a sus oficinas centrales, de concentrar el mando en menos personas y de cambiar los estatutos para que todo siga igual.

Para construir candidaturas atractivas, deberían abrir de verdad el proceso de selección y desarrollar un vigoroso debate de perfiles y propuestas.

La excepción que confirma mi tesis es lo sucedido en Coahuila.

En 2019, el PRI eligió al presidente de su comité estatal en votación abierta, donde participaron 250 mil personas en 1 mil 896 casillas.

En febrero de este año, el PRIANPRD seleccionó a su candidato mediante elección abierta con la asistencia de 500 mil personas en 1 mil 725 casillas.

En junio pasado, obtuvieron 741 mil votos, mientras Morena logró 279 mil y el PT 173 mil.

Es el único estado donde se abrieron a la sociedad. No buscaron pretextos en conspiraciones enemigas, falta de recursos, inmadurez política o cualquier otro argumento para seguir haciendo lo mismo que los ha llevado a la ineficacia.

Mi amigo Carlos Elizondo lo frasea con claridad: sin un candidato con apoyo ciudadano y con propuestas interesantes y novedosas, el votante insatisfecho con Morena puede optar por ni siquiera salir a votar. La abstención no sólo es responsabilidad del electorado. Es en buena medida el resultado de postular candidatos poco atractivos, sin una narrativa que entusiasme y desde el dedo de las dirigencias partidistas.

La lección es sencilla: a buena parte de los electores no les gusta su forma de ser, elitista, de cúpula.

La tarea inmediata es obvia. Las candidaturas a senador, presidentes municipales y a diputados federales y estatales, deberían ser decididas por votación abierta a todos los ciudadanos.

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