Por: Fernando Silva
Como especie nos hemos distinguido en inteligencia y la mejor manifestación de tan significativa potestad la tenemos en nuestra capacidad connatural para operar —competentemente y con eminente atribución— en la percepción y apreciación de lo bello, asimismo, cómo este funcionar se convierte en una cualificación que nos permite a los autores de las bellas artes desvelar la profunda vinculación entre el entorno sociocultural y las emociones, las sensaciones y el talento; incorporando saberes y experiencia de una manera holística e innovadora como parte del proceso de construcción entre la conexión racional y el cultivo de la totalidad de los elementos, procedimientos y recursos físicos e intelectuales de los que algunos nos servimos —modestia aparte— con singular dignidad.
En este sentido, mucha gente considera que estudiar la creatividad va ligada a la inteligencia. Si bien ambos vocablos se han aplicado como «etiquetas» que dan honor, con la Psicometría el concepto de «inteligencia» y la medida Coeficiente Intelectual (CI) actualmente desfasada, definieron grados de evaluación que no siempre fueron precisos, lo que permitió que la atención se centrara en la capacidad creativa, facultando a psicólogos como Joy P. Guilford declarar que la creatividad no tiene equivalencia con la capacidad de entender o comprender. La piedra angular de tal reflexión fue a partir de analizar numerosos test de inteligencia que tenían una cualidad o característica no bien definida, así como a integrar similares tipos de cuestiones y a manifestar angosta correspondencia, además de subrayar que las personas creativas tendemos a hacer asociaciones diferentes, algunas de las cuales son peculiares y factiblemente excepcionales.
Por consiguiente y desde un análisis propio a los centros de formación, especialmente en los superiores, cualquier sistematización del conocimiento —ya sea sobre la creatividad o cualquier tema de estudio— estará condicionado a refutación, más si se consideran los parámetros que precisan lo esencial en una investigación de carácter sociocultural:
Las propiedades concluyentes, las contradicciones que le son inherentes, las causas de su surgimiento, los códigos o reglas en los procedimientos y las tendencias de su tratamiento, por lo que sería posible decir que no existe tan sólo un contenido propio, ya que lo mismo puede estar asociado a la obtención o aplicación de un discernimiento o concepto que otorgue la instrumentación de concebir, planear y producir, lo que combina el funcionamiento de los procesos cognoscitivos e instrumentales.
Al respecto, el psicólogo Donald Wallace MacKinnon, después de comparar la creatividad científica y la artística mediante su estudio con tres grupos de sujetos (artísticos, científicos y científico-artísticos) puso en la palestra su decálogo:
1) Las personas creativas son con frecuencia más inteligentes que las no creativas.
2) Tienen más motivación intrínseca que extrínseca para resolver los problemas.
3) Mayor seguridad y confianza en sí mismos.
4) Poseen mayores cualidades para el éxito social.
5) No son conformistas, aunque tampoco llegan al extremo del inconformismo.
6) Prefieren los valores teóricos y estéticos como la verdad y la belleza.
7) Anteponen la percepción intuitiva.
8) Se inclinan más a lo complejo y asimétrico.
9) Aproximadamente dos de tres son introvertidos, aunque esto no pruebe que la introversión sea un factor determinante.
10) Mejor salud mental (mejores resultados en depresión, histeria, paranoia, esquizofrenia...).
Por lo anterior, es que resulta inquietante advertir que en un sinnúmero de lugares la gente es engañada respecto a construir ideas o conceptos asociados a la percepción, atención, discernimiento y lenguaje de los conocimientos estéticos, ya que después de un tiempo en donde departieron y se entretuvieron en un taller o en algún establecimiento —sin artificio ni incumbencia profesional— presentan su rendimiento, por ejemplo: Con la lectura de un «poema» que hicieron de manera colectiva o interpretan la «obra de teatro» que por días ensayaron, pero no por ello logran ser creativos, primordialmente porque no se evidencia el que hayan obtenido las estrategias y métodos didácticos, ni los criterios pedagógicos inductivos que pudieran haberles brindado los elementos suficientes para manifestar su anhelado objetivo con capacidad y relevante aplicación. Por lo tanto, quienes se apropian de técnicas o la instrucción de alguien más, presentándose como «maestro» suelen ser individuos que generalmente no ejercen profesionalmente, por lo que evidentemente no son garantía de confianza, pero eso sí, son tan cínicos que ofrecen —sin el acatamiento debido— servicios que visiblemente no son capaces de desempeñar, ni mucho menos de alcanzar grado de calidad, lo que lacera de diversas maneras los factores internos y externos que determinan las habilidades cognitivas, además de embaucar y socavar a personas que buscaban una tutoría cualificada, competente y responsable.
Compendiosamente, la creatividad es mirar con atención y sensatez; definiendo cuál es la intención al querer hacer alguna pieza; formar y combinar las ideas o juicios reflexivamente antes de elaborar lo que se tiene en propósito; considerar con énfasis y diligencia los pros y contras que motivan la determinación antes de adoptarla, así como las razones o arbitrariedades que puedan surgir preliminarmente o a posteriori; formular por escrito o representar con bocetos la idea o imagen mental asociada a un significante que posea o estimule la capacidad retórica que se ocupa de cómo encontrar los primeros y más obvios de los actos del entendimiento como la aprehensión, el juicio y el discurso, además de los argumentos necesarios para exteriorizar con orden y amplitud lo realizado, todo ello entendiendo los modelos socioculturales vigentes y circundantes para confirmar o no la derivación cognitiva como el resultado esperado al descubrir algo que se percibe o se experimenta por primera vez.
Sobre el particular, los autores, principalmente con trayectoria, advertimos que tal escenario se revela sin lealtad a la comunidad artística e inicuo para satisfacer las demandas de mejora en meritoria posición social, profesional y de equiparación con los criterios de quienes dirigen museos, los intermediarios que integran los circuitos comerciales de las expresiones artísticas, los coleccionistas privados, los Art Dealers, las casas de subastas, galeristas… Lo que conlleva a que un sinnúmero de creadores tengamos que elaborar discursos teóricos reivindicativos que rompan la negativa inercia de personajes y grupos cupulares que controlan y ponen freno a una amplia gama de bellas piezas valiéndose de sus cargos y/o influencias.
Consecuentemente, como gremio organizado desarrollamos estrategias de defensa que pasan por ofrecer alternativas —ya no sólo en lo sublime de la creatividad estética— sino en el de la promoción, difusión y venta con precios accesibles para todos los públicos, dejando fuera a estructuras que operan de manera obsoleta y hasta abusiva. Todo desde una labor en tres principales frentes: Primero el protocolario, en el que procuramos ganarnos el apoyo de la sociedad. Segundo el intelectual, en el que nos mostramos como generadores y garantes de derechos que fortalezcan a todo autor en función de los intercambios realizados por diversas vías; y el tercero, a la postre quizás el más importante, el de llevar a la práctica nuestros principios teóricos-prácticos mediante un programa de enseñanza hacia las nuevas generaciones para garantizar un grado de excelencia, y proclamando con ello una diferenciación hasta hoy estática y en la que manifestamos proporcionada autonomía hacia esos servidores públicos que evidencian cortedad, así como de las mezquinas cúpulas —caciques culturales— que se desempeñan de manera torcida, injusta y arbitraria.
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