Por: Fernando Silva
Indudablemente el grafiti en la historia de la humanidad es conmensurable y tiene su origen en la natural necesidad de comunicar una idea o acontecimiento, por ende, y de manera pertinente presento un punto de referencia respaldado en la investigación de la bióloga Josephine Joordens, de la Universidad de Leiden, Países Bajos, en la que se puede apreciar en una concha de agua dulce hallada en Indonesia —alrededor del año 1890— un dibujo-tallado con una antigüedad mayor a los 400 mil años, que probablemente fue elaborado por un Homo Erectus, lo que además nos permite constatar —como elemento abstracto— su pensamiento concreto, que erróneamente sólo se le concedía al Homo Sapiens, y en el que se comprueba que persistentemente buscamos un soporte como medio de expresión inherente a nuestra existencia.
En ese sentido, para observar y deliberar de mejor manera el cómo se conciben en la actualidad las intervenciones —particularmente las urbanas— hay que distinguir entre aquellas que conquistan los espacios públicos y que tienen como fundamental peculiaridad el derecho de manifestación a partir de que cuentan con la autorización expresa, un diseño y técnica atrayente e interesante, y las que producen el descontento de los ciudadanos y autoridades, principalmente las de seguridad, por pintarrajear burdos garabatos o mensajes en clave entre grupos delictivos. Al respecto, los trazos aparentemente sin razón ni fundamento pueden llegar a considerarse contaminación visual e incluso acto vandálico. Por lo que en la mayoría de los países —en sus códigos penales— puede constituir una falta legal o, al menos, una infracción administrativa, obviamente a partir del daño realizado hacia el patrimonio privado, nacional o de la humanidad. Sobre el particular, si en lo general hay desde silvestres y hasta refinadas discrepancias sobre lo que se conoce como Graffiti Art o Street Art, el grafiti elemental seguirá siendo por mucho tiempo ilegal, pues su origen y particularidad así lo reivindica.
De ahí que en el mundo existan numerosos ejemplos de este tipo de manifestaciones, quizás la más destacada sea —por ser símbolo de la guerra fría— el Muro de Berlín, que dividió a la ciudad en dos partes durante 28 años hasta su destrucción de manera pacífica el 9 de noviembre de 1989, y que se convirtió en un colosal corredor de inspiración creativa en el que intervinieron un sinnúmero de pintores, versadas personas y espontáneos que hacen grafitis de manera constante o circunstancial. Desde luego, la construcción del muro, y especialmente su caída, conformaron parte de los momentos más importantes de la historia del siglo XX; lo que demuestra su naturaleza social en función de la labor de quienes contribuyen a fomentar la estética urbana, el intercambio de opiniones y el estudio e investigación —como fenómeno de un concepto que emerge desde diferentes eventualidades— como escenario para enaltecer la dignidad de todo ser humano y en el que se procura entender sus significados, así como evitar el que se propaguen tan absurdas situaciones y, mejor aún, colaborar en el bienestar individual y colectivo.
De esta manera, el grafiti como enunciado social de denuncia y crítica permite interpretar el papel de las expresiones plásticas en toda sociedad, y en donde lo político devela un sinfín de posibilidades dadas por la inteligencia y la perspicacia de los ciudadanos, para enlazar la retentiva que la cimienta, consintiendo destrezas de formación establecidas en el continuo estudio, análisis y conocimiento de las diferentes culturas por medio de sus alcances, matices, perspectivas y percepciones, colores, pertenencias, historias y costumbres; destacando un generoso abanico de opciones para una constante de proposiciones ante las disyuntivas que claman por oportunidades y valoraciones desde los puntos de vista individual y colectivo.
En tal escenario, la globalización ha repercutido de manera contundente en los autores de la expresión callejera con el uso de la tecnología y tendencias digitales, como la Internet que los dinamizó hasta transformarlos en comunidades virtuales que demuestran habilidades computacionales, no obstante, la esencia de protesta que contiene en su materia constituyente continúa posicionándose como un medio masivo de comunicación valorado por muchas personas. Así, podemos confirmar cómo se abren espacios con libertad en diversas ciudades para quienes realizan tan colorida exhibición callejera: Melbourne, Australia; Varsovia, Polonia; Praga, República Checa; Nueva York y California, en los Estados Unidos de América; París, Francia; Taipei, Taiwán; Zürich, Suiza; Copenhague, Dinamarca, y Burghausen, Alemania.
Además y para beneficio de muchos, existe Street Art Cities, la autollamada Comunidad de arte callejero más grande del mundo, que documenta los grafitis en diferentes partes del orbe. De este modo, es posible encontrar su ubicación, foto y nombre del autor que realizó el grafiti. Pero aquí se presenta una circunstancia que cabe tener presente ¿Qué sucede respecto a las piezas en las que no se sabe quién es el autor? En relación a esto, en el Reino Unido ocurrió un caso en el que un grafiti —atribuido a Banksy (artista cuya identidad se desconoce), conocida como Slave Labour (Bunting Boy)— fue literalmente sacada del muro del edificio londinense en el que estaba. Días después apareció en la casa de subastas Fine Art Auctions, de Miami, con un precio que rondaba entre los 500 y 700 mil dólares. En un principio la casa de subasta se negó a impedir su venta señalando que sólo lo haría si alguien probaba que lo que estaban haciendo era ilegal. Sin embargo, en el último minuto fue retirada tras la polémica generada por su repentina desaparición. Posteriormente, el Sincura Group, organización que promete «conseguir lo inconseguible» regresó la pieza a Londres como estrella en el espectáculo: Banksy at the Flower Cellars.
Por lo tanto, el que las piezas aparezcan como anónimas dificulta su protección, dado que no se conoce al autor para solicitar las respectivas autorizaciones, pero tampoco se da a conocer para evitar ser sancionado en lugares que aún prohíben el Graffiti Art o Street Art. Al respecto, en https://streetartcities.com/ invitan a toda aquella persona que descubra un buen grafiti con el siguiente mensaje: «¡Pinturas enormes y abrumadoras en edificios nos hacen bombear la sangre! Es una ráfaga de aire fresco en ciudades dominadas por anuncios corporativos, de concreto y de vidrio. Algunos murales nos exigen que nos detengamos y miremos... Dejemos que todo se hunda. ¿Reconoces este sentimiento? ¿Eso te hace cuestionar lo que acabas de presenciar? Usted no está sólo. Y es por eso que logramos conectar a apasionados cazadores de arte callejero de todo el mundo para documentar lo que se realiza en cada ciudad. Queremos que la gente sepa dónde encontrar estas gemas y las historias detrás de ellas».
Como ceñido epílogo, los argumentos en la práctica del Graffiti Art o Street Art, así como la lograda estética urbana, son razonadas como admirables proyecciones culturales que han tenido una implicación fundamental en el desarrollo de la comunicación y hasta las denuncias sociales en pro de hacer conciencia sobre un sinfín de situaciones que a la mayoría afecta y, que sin embargo, permanecen en insana complicidad de silencio a partir de la ignorancia, el miedo o antipatía.
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