Por Fernando Silva
Desde el primer registro histórico-antropológico que existe de la humanidad hasta los que se investigan en la actualidad, los autonombrados «seres humanos» o, mejor dicho, los homo sapiens-sapiens —anatómicamente clasificados por asociación al desarrollo tecnológico— hemos contendido por vivir, y esa natural adaptación evolutiva de disponernos a las circunstancias y aprovecharlas para lograr las conveniencias obrando impulsados por las capacidades cognitivas especiales al sentir o experimentar la impresión producida por algún hecho o acaecimiento, se vio beneficiada por la facultad previa de pensar y, con ello, hacer fuego, herramientas como las puntas de flecha, la rueda, la pintura rupestre, arar la tierra, armar autos, aviones, bombas atómicas, ver las galaxias, introducir la Internet, las redes sociales, la realidad virtual… Y en el proceso, básicamente hemos devastado casi todo. En tan lamentable escenario es importante cuestionarnos ¿cuántos pensamientos negativos tenemos al día?, ¿qué motiva su aparición?, ¿de qué nos sirven?, y especialmente ¿los podemos controlar e incluso eliminar? En contravención ¿generamos pensamientos positivos?, ¿cuántos conjeturamos diariamente? La ciencia lleva décadas intentándolo y, en 2020, investigadores de la Universidad de Queen, en Canadá, idearon una forma de aislar lo que llaman «Gusanos del pensamiento» es decir, la gran cadena que conforman nuestras divagaciones constantes. Como explica Jordan Poppenk, director de este estudio «Son puntos adyacentes en una representación simplificada de patrones de actividad en el cerebro, ocupando un punto diferente en este ‘espacio de estado’ en cada instante. Así, cuando una persona cambia a un distinto pensamiento, desarrolla otro que también es posible detectar con nuestros métodos». Siguiendo estos parámetros, pudieron estimar que en promedio formamos o combinamos alrededor de 6,200 ideas o juicios en un día (entre negativos y positivos). Lo que es, en sí mismo, un auténtico torrente de posibilidades para la investigación, que ya trabaja en la generación de hipótesis para entender nuestro comportamiento.
Bochornosamente, podemos confirmar que día a día se desencadenan más actos violentos en la mayoría de las actividades humanas ¿será que animan algo más que la avaricia, la envidia, la ira o la soberbia que identificamos en los peores impulsos, esos que reconocemos como la brutalidad? Pero ¿por qué ser brutales cuando podemos ser inteligentes y bondadosos? Lo llamativo e inquietante es que en lo cotidiano surgen como plaga en todo el mundo mitos de conspiraciones malvadas envueltas con el celofán de intereses creados —particularmente por oligarquías que pretenden controlar todo, en especial, a los medios masivos de comunicación— al grado de movilizar masas de gente que inoculadas con tan pernicioso conjunto de ideas clasistas y racistas rechazan al «otro» por diferente o considerarlo peligroso sin tener todos los elementos de juicio; incluso, hay quienes se manifiestan ignorantes y cómplices al advertir las transgresiones cometidas por dirigentes de cúpulas empresariales y/o corrompidos servidores públicos a los códigos éticos-morales establecidos en cada sociedad, mientras los perciben como alucinantes ejemplos a seguir.
En tal dirección del pensamiento, algo que no consiente certeza es hablar sobre la maldad o la bondad, lo que permite preguntarnos si se determinan con independencia de los actos de la gente, es decir, si son entes abstractos universales o si determinadas conductas pueden ser entendidas como buenas o malas, especialmente, bajo qué parámetros les otorgamos la clasificación. De hecho, una de las contrariedades más acuciantes con las que se han afrontado los filósofos, sociólogos, psicólogos, historiadores y creadores de las bellas artes que estudiamos y/o reflexionamos sobre los temas relativos a la ética y la moral —individual y social— es la dificultad de fundar una conciencia sensata, esto es, establecer los principios que puedan llegar a servir con efectividad a la humanidad, lo que francamente hace imposible la unificación y equidad de las ponderaciones y menos las circunspecciones, primordialmente si pensamos que somos casi ocho mil millones de personas que habitamos el planeta Tierra con una multidiversidad cultural e intelectual en cada rincón del orbe.
Por lo anterior, departir sobre la libertad es en vastos casos un simple discurso, ya que alto porcentaje de la humanidad no logra consolidarla en la práctica, lo que es trascendental, por lo que de no alcanzar tal grado de satisfacción puede tornarse en sensaciones o impresiones negativas, así como dejar sin efecto próvido cualquier propósito contra la intención de quien procura realizarlo, lo que puede reportar bloqueo al intentar pensar o reflexionar; desarrollar ansiedad; reaccionar explosivamente con cambios peligrosos en el estado emocional (tristeza, ira, desesperación…); inclinación a ideologías radicales, autoritarias y antidemocráticas; tener poca capacidad de conciliación y adaptación; desmotivarse rápida y fácilmente; faltos de empatía; ser embaucadores y, quizás de lo más delicado, sentir impotencia y no controlar las emociones, lo que nos devuelve a los pensamientos negativos y, por ende, al incremento de la violencia en todas sus manifestaciones.
Naturalmente, no es cuestión de engendrar y/o desencadenar ordinarias teorizaciones, ni de actitudes contemplativas y meramente descriptivas, así como de llevar a la práctica técnicas estereotipadas que han respaldado ultraderechistas en los ámbitos políticos y en la producción del «discernimiento conveniente» o de la implicación con el autoritarismo y el automatismo —no a la creación, no a la imaginación y no generar postulados en bien común— sino únicamente maquinar desde la tecnología aplicada a la producción industrializada, fortaleciendo a las sociedades parametrizadas, militarizadas, fiscalizadas, sumisas y avasalladas en la mayoría de sus derechos por las normativas del estatus quo que establecen careciendo de conocimientos y/o autoridad moral, pero eso sí en base a los intereses de las supremacías económicas —como estrategia de poder— invisibles al mundo e impulsoras del denuedo empresarial que sucumbe al llamado del dinero malhabido a partir del soborno, el robo y el descrédito hacia toda aquella persona que no se encuentra en su jerárquico y pervertido círculo social.
Por lo expuesto, insisto en que las expresiones estéticas propician pensamientos de bien. Asimismo, y viviendo como seres humanos conscientes, los autores disfrutamos de hacer lo que genera sano y justo placer en libre albedrío. Hablando desde la experiencia personal, considero que la emancipación que se obtiene al ejercer cualquiera de las bellas artes puede y debe ser privilegio de todos, como la piedra angular en la revolución de las conciencias que procuramos la prosperidad en las sociedades. En este entendido, comprender el papel transformador que nos obsequia el crear una pieza, se manifiesta —en la mayoría de los autores y entre otros aspectos— al elevar la calidad humana. Razonablemente, es esta característica la que hace posible que establezcamos armónico vínculo con el entorno en el que coexistimos; en pocas palabras, el ambiente que procuramos es cualitativo y se compone de la comprensión de la información sensorial de las emociones, esas reacciones psicofisiológicas que representan los modos de adaptación a los intensos estímulos cuando observamos un objeto, a la gente, lugares, sucesos o recuerdos importantes que podemos expandir por medio de nuestro sistema intuitivo y cognitivo, lo que da como resultado imágenes, sonidos, formas, volúmenes, poemas, ritmos, textos y diseños que alcanzan grado de excelencia, seducción y placer inconmensurable. Y sin duda alguna, el que esto fuera parte formal de la educación escolarizada, aliviaría en gran medida los grados de estrés, angustia, miedo, indiferencia emocional, irritabilidad, depresión, soledad, así como propiciar conscientemente la denuncia de todo tipo de violencia y, con ello, ponerle un alto a toda extralimitación física y/o psicológica.
Por ello, pensemos y actuemos comprometidos en el bien común, la fraternidad universal y el bienestar de todo ser viviente. Por nuestra salud mental, fomentemos pensamientos positivos.
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