Texto e imagen de Fernando Silva
Si observamos nuestro proceder, el de la familia, de los parientes, vecinos, amistades y de la sociedad en su conjunto, podemos comprobar e, incluso, encontrar juiciosa explicación para ese infortunio llamado «comportamiento antisocial», y si en ese interés elevamos la voluntad para comprender en pro del bien común, es recomendable leer a gente como el pediatra, psiquiatra y psicoanalista Donald Woods Winnicott; al psicoanalista René Árpád Spitz, la psicoanalista Anna Freud, el psicólogo Albert Bandura, la antropóloga y neurobióloga Helen Elizabeth Fisher; la psicóloga y catedrática Bernice L. Neugarten, entre otros, y con ello poder contar con mejores elementos de juicio en torno a la psicología evolutiva y la de delincuencia con sus relevantes hipótesis del aprendizaje; análisis de las características y rasgos individuales; tesis sobre tensión-agresión; investigaciones sobre vinculación social y delitos, así como inteligentes raciocinios sobre la carrera delictiva, también denominada «criminología del desarrollo», misma que inquiere la relación que guardan con el origen, la operatividad y escrupulosidad necesarias para tratar el tema de la actividad criminal, en donde participan diversos factores o predictores de riesgo, tanto individuales y sociales como estáticos y dinámicos, dirigidos a dotar a quienes cometen acciones u omisiones —de manera voluntaria e imprudente— sanciones jurídicas, así como con reformadores y metódicos registros de informaciones de conducta prosocial, para regular las emociones iracundas y deteniendo el diálogo interno negativo, previniendo con pensamientos positivos las recaídas o reincidencias delictivas.
Por consiguiente, y entendiendo las causas que determinan tales actuaciones al igual que sus aflictivas derivaciones, podemos comprender que pueden ser indicativas de una enfermedad subyacente cuando los sentimientos se vuelven excesivos, subsumidos e interfieren con las dinámicas cotidianas por efecto de algún trastorno del control de impulsos, esas alteraciones de etiología desconocida que se caracterizan por un irresistible proceder, en donde las personas no pueden contener el impulso o tentación de llevar a cabo actos, aunque sean peligrosos para ellas o los demás. Sin embargo, hay quienes actúan de manera semejante pero con perversa determinación de la voluntad, es decir, gente malévola que dirige sus pensamientos y disposición para quebrantar la ley en su provecho y/o de sus hegemónicos grupos; que hacen uso del cohecho para ejercer control sobre embusteros servidores públicos; subyugan a transigentes conductores de sus medios masivos de (des) información para esparcir sin pudor noticias falsas; expanden odio y polarización social con despiadada mitomanía; promueven teorías políticas y económicas de libre mercado sin importarles el que afectan la seguridad social, la soberanía y los ecosistemas; amparan conflictos bélicos para incautar los recursos materiales y naturales de naciones previamente sometidas; imponen embargos a países que consideran apartados de sus sistemas de organización social y financiera con leyes que imputan, prohibiendo o regulando sus relaciones económicas y comerciales; fomentan la venta de armas de fuego y la industria armamentista; hacen hasta lo inconcebible para la evasión consciente del pago de impuestos; en nombre de su dios (o ser supremo) son capaces de asesinar o «justificar» la limpieza étnica como factor estructural de sus políticas; coaccionan a la mayor organización internacional existente conocida como Naciones Unidas, a la Corte Internacional de Justicia, al Fondo Monetario Internacional, al Banco Mundial, a la Organización del Tratado del Atlántico Norte…
Después de estimar las irracionales acciones y realizar la vital reflexión, emergen oscuros personajes como: Carlos Salinas de Gortari, Binyamin Netanyahu, Donald John Trump, Marion Anne Perrine Le Pen, Viktor Mihály Orbán, Felipe de Jesús Calderón Hinojosa, Giorgia Meloni Paratore, Geert Wilders, Javier Gerardo Milei, Carlos Arturo Mazón Guixot… que en franca propensión hacia movimientos o partidos políticos de la derecha radical (ultraderecha), promueven y sostienen posiciones o discursos conservadores autoritarios-ultranacionalistas considerados no sólo como extremistas sino, peor aún, como misántropos, genocidas, clasistas, racistas y aporofóbicos que —en su mal gobernar e influenciar— prosiguen ejerciendo crímenes de Estado aplicando geopolíticas económicas pro oligarquías, fomentando el auge de partidos políticos y movimientos sociales antiinmigrantes; consolidando el neofascismo y el control social a través del miedo; aplicando operaciones policiales y militares que impiden o controlan el flujo de personas o bienes hacia o desde un área específica, así sea para ayudar a la gente en situación de hambruna, pobreza, conflicto bélico o desastre natural, entre otras muchas crueldades.
Al respecto, la ciencia centrada en el estudio de la causalidad (Etiología), es utilizada en el Derecho Penal, la Psicología, la Bioética, la Antropología y en la Filosofía para referirse a las causas que originan estas manifestaciones del comportamiento. Como dijo el fallecido Premio Nobel de literatura José de Sousa Saramago: «Las palabras no son ni inocentes ni impunes […] habría que decirlas y pensarlas en forma consciente». En ese sentido, en 2012, los neurocientíficos Mark Robert Waldman y Andrew B. Newberg publicaron el libro Las palabras pueden cambiar tu cerebro como una reflexión sobre las cargas de las palabras negativas y positivas, invitándonos a ejercitar primero al cerebro antes que al cuerpo, definiendo cómo cuando se escucha la palabra «no» al iniciar un diálogo, el cerebro empieza a liberar cortisol, la hormona del estrés, lo que nos pone en alerta, mientras que cuando escuchamos un «sí» se libera dopamina, el neurotransmisor de la recompensa y el bienestar.
Sobre el particular, el decano de la Facultad de Medicina de la Universidad del Rosario, educador, investigador y neurólogo Leonardo Palacios Sánchez, asegura que toda expresión hablada —sea positiva o negativa— produce una descarga emocional en el cerebro, especificando que el uso de una palabra insultante activa a la amígdala —estructura del cerebro vinculada a las alertas—, generando la sensación de malestar, ansiedad e incluso de ira. En ese momento, el afectado tiene en su reacción dos alternativas: responder de manera similar (incluso con una agresión física) o actuar con inteligencia, respirando profundo y acudiendo a su facultad de discurrir. En contrasentido, el uso de palabras positivas o estimulantes son asimiladas por el hemisferio derecho del cerebro, que es el de las emociones; por lo tanto, producen placer, grata sorpresa y alegría. Pero, ojo, tener presente que influye el tono utilizado, el volumen y el contexto, es decir, que si el agresor humilla, hiere el amor propio de una persona, la dignidad de alguien o le pone en evidencia con palabras airadas, todo para controlarlo, puede ser mal discernida por el afectado si el atacante se las dice de manera apacible, con una caricia y mirada serena.
Entonces, si la manipulación es discursiva e implica todo tipo de abusos, observemos, hagamos profunda reflexión, seamos conscientes y denunciemos el protervo proceder de esa malintencionada oligarquía y sus titiriteros que, sin vergüenza alguna, harán hasta lo innombrable en favor de sus oscuros intereses.
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