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La existencia ideal es posible con sensibilidad y moral humanista




Texto e imagen de Fernando Silva


Al leer, observar y reflexionar sobre la evolución sociocultural de la humanidad, nos permite entender y, mejor aún, promover —con el digno ejemplo— el anhelo de sociedades justas e inclusivas y, con ello, forjar generalidades empáticas, bizarras, comprometidas, respetuosas de los ecosistemas, los derechos humanos y de los valores universales. Naturalmente, amparadas en la respetable educación desde los hogares y la propicia formación escolarizada, aquella que nos confiere pensamiento crítico con el apreciado propósito de lucirnos en inteligencia, intelectualidad y comportamiento respetuoso —individual y colectivo— en función de las normas éticas. De ahí que la participación en sociedad no es algo dado, ni establecido por tiempo indefinido. En este entendido, la filosofía humanista reconoce el valor pleno de mujeres y hombres como seres instruidos para vivir dignos, libres, en fraternidad con nuestros semejantes y con principios morales generadores de veracidad, belleza, franqueza y bondad, percibidos como resultado de lo que pensamos, ostentamos y manifestamos cotidianamente de múltiples maneras.

En ese sentido, como especie (Homo sapiens sapiens) estamos supeditados a cambios y, a su vez, a transiciones dimensionales —dotadas de singular excelencia— que se cimientan en hipótesis científicas y modelos fundamentales de física teórica como las impactantes y complejas «Álgebra de Lie» o las «Teorías de cuerdas» con las que podemos descubrir e incluso, llegado el caso, lograr trascender planos existenciales (espacios interdimensionales) que se encuentran dentro del campo de las magnitudes cardinales —tiempo, longitud, masa y carga eléctrica— con que se formula una variable física. Y ya entrados en el tema, el libro Parallel words (Universos paralelos) del físico teórico Michio Kaku así lo explica: «En otros tiempos, la simple idea de universos paralelos era vista con sospecha por parte de los científicos que la consideraban propia de místicos, charlatanes y chiflados. Cualquier científico que se atreviese a trabajar sobre universos paralelos se exponía al ridículo y ponía en riesgo su carrera, ya que ni siquiera hoy hay ninguna prueba experimental que demuestre su existencia. Pero recientemente se ha producido un cambio espectacular y las mejores mentes del planeta trabajan frenéticamente sobre el tema. La razón de este cambio súbito es la aparición de una nueva hipótesis, la teoría de cuerdas y su versión posterior, la Teoría M y la undécima dimensión, que prometen no sólo desentrañar la naturaleza del multiverso, sino también permitirnos “Leer la mente de Dios”, como dijo Einstein con elocuencia en una ocasión. Si se demostrase que es correcta, representaría el logro supremo de los últimos dos mil años de investigación en física, desde que los griegos empezaron la búsqueda de una única teoría coherente y comprensiva del universo».

En esa dirección y teniendo en la ciencia ficción un portal para elevar la calidad humana, hace casi cinco décadas (febrero de 1976) en la antología Stellar #2, editada por Judy-Lynn del Rey para Ballantine Books, so pretexto de la conmemoración de los 200 años de celebrada la guerra de Independencia de los EE.UU., solicitaron al escritor y profesor de bioquímica Issac Asimov que escribiera un relato bajo el título: «El hombre bicentenario». Obviamente aceptó el reto, no sin antes pensar que ningún hombre vive tanto tiempo, por lo que simplemente podría tratarse de un robot que de manera peculiar conseguiría asumirse como humano. El resultado fue magistral, el cuento aborda las cuestiones de la inteligencia artificial, la autoconciencia y la búsqueda de la humanidad en la figura del autómata «Andrew Martin» de la serie NDR-114, que adquiere emociones e inteligencia hasta su muerte a la edad de 200 años. De esta manera, Isaac Asimov nos invitó a meditar y a valorar lo fundamental de la humanidad en la medida que Andrew alcanzó un estado de desarrollo adecuado para su funcionamiento al pasar de ser una máquina a un humano con similares emociones, inteligencia y derechos. Evidentemente, el legado del profuso escritor sigue desafiándonos para deliberar sobre nuestros pensamientos preconcebidos y cavilar sobre la posibilidad de que toda persona que sea sensible trasciende con mayor facilidad hasta la mala educación recibida siendo menor de edad.

Por consiguiente, la concertación entre educación ética-moral y la formación científica y artística son consustanciales al pensamiento humanista, que establecidos en los principios de equidad, tolerancia, confianza, compromiso y respeto nos permite disfrutar de los derechos civiles, económicos, sociales, culturales y ambientales, así como ejercer las libertades indispensables, además de comprender los deberes y las restricciones inherentes a la preservación de la vida personal con la cosa pública. Sin embargo, cuando de elegir a un representante político para que ejerza el cargo de presidente, es lamentable observar que en esa «civilidad» se hacen presentes intereses fraudulentos de los poderes fácticos, que engañan a mucha gente de todos los sectores socioeconómicos, particularmente, utilizando sus medios de comunicación masiva, dando lugar a las discrepancias, las ofensas, las calumnias, la estupidez, la ignorancia, el odio, las noticias falsas… por defender tan sólo ideologías clasistas, racistas, aporofóbicas… en lugar de suscitar el diálogo circular que fortalezca la justicia, la dignidad de todas las personas, la soberanía, el Estado de Derecho, la democracia, los derechos humanos, el afecto, la tolerancia, la conciencia… es decir, aquellos valores cívicos considerados sensatos para el sano desarrollo de una sociedad y que todos deberíamos conocer, preservar y poner en práctica.

Para ello hay que desenvolvernos con respetabilidad en comunidad y, como seres inteligentes tenemos que poner atención en que nada es casual sino causal, que nuestra evolución no es mero destino, pues la condición humana es decorosa por el sólo hecho de haber llegado hasta donde nos encontramos, por ende, nadie es digno por el elemental curso de los sucesos considerados como necesarios. Entonces, por destino vivimos y moriremos, pero por prerrogativa tenemos la libertad y la voluntad de pensar y hacer lo que corresponda por mejorar la calidad de vida de todo ser viviente, por elevar la cognición en pro del bien común y conducirnos con generosidad, empatía, reflexivos y cohesionados para coexistir en situación en la que no impere la lucha armada, la violencia de todo tipo y, mejor, convivir en armonía, apegados según derecho y razón, sin padecer brutales sujeciones y subordinaciones, asegurando la libre determinación, no permitiendo abusos de oligarquías, denunciando el cohecho y la corrupción… Siempre fortaleciendo la conducta moral con deliberación ética para que pensemos el qué y el cómo procedemos, tanto en lo personal, en lo familiar y en lo colectivo, dándole sentido pleno a nuestra vida en común, que por otra parte, no es eterna sino pasajera.

Hagamos conciencia, reconociendo que la mayoría hemos cometido torpezas —que no es lo mismo a las malas intenciones— por lo que es factible hacer a un lado los anodinos perjuicios, saber pedir perdón y perdonar, ser tolerante con nuestros semejantes, aprender a escuchar, hablar y observar, así como comunicarnos en circunspecta interlocución que nos brinde la magnífica oportunidad de enfocarnos en el bienestar de todos, en concreto, seamos más humanos.

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