Por: Fernando Silva
La antropología social, esa disciplina científica que se ha desarrollado y definido desde finales del siglo XIX, así como los relatos analizados y examinados en función de sus antecedentes, causas y consecuencias, de historiadores como Heródoto de Halicarnaso, Tito Livio, Ana Comneno, Jules Michelet; el filósofo, economista, sociólogo, historiador, periodista, intelectual y político Karl Heinrich Marx; Jaume Vicens Vives; el autor historiador y crítico de la literatura francesa Donald Adamson; el investigador, historiador y ensayista Ezequiel Adamovsky, entre otros, que han sostenido profundas investigaciones e hipótesis no necesariamente exclusivas de hechos relacionados cronológicamente, ni de la dialéctica de problemas y soluciones de la práctica experimental, así como tampoco en la descripción de conjeturas y refutaciones, o del reemplazo de prácticas, teorías, conceptos o métodos, sino de narrativas historiográficas que describieron en distintos momentos los procesos de transformación y evolución de la acción cognitiva humana. Entre los hechos que constituyen la base de las argumentaciones, pongo en relieve la lucha de clases, los colectivos autoritarios, clasistas-racistas y la extrema derecha, tanto en su dimensión interpretativa como en su incomprensible y singular auge que embelesa —con encubierta coacción y doble discurso— a un sector de la población mundial que quizás no sabe o no alcanza a comprender lo que representan en un mundo cada vez más globalizado.
En ese entendido, quienes representan tal corriente política e ideológica, promueven y sostienen posiciones o discursos conservadores, ultranacionalistas considerados extremistas, evidentemente empleando menos el saludo romano, pero —junto al emoji de carita sonriente— propagan hasta el agotamiento fake news y comparten alarmantes y corrosivos titulares con mayor Clickbait (ciberanzuelos) de los medios masivos de comunicación que sobornan, controlan o, incluso, dirigen. Asimismo, hacen referencia a un posicionamiento en un principio social privilegiado, substancialmente, los intereses de las oligarquías y vinculados a grupos de odio que van desde la xenofobia, la aporofobia, homofobia, entre otras incomprensibles fobias, hasta posicionamientos conspirativos, como el que señaló la directora general de la UNESCO, Audrey Azoulay, «…que causan un daño real a las personas, a su salud y también a su seguridad física. Amplifican y legitiman conceptos erróneos […] y refuerzan estereotipos que pueden exacerbar la violencia y las ideologías extremistas violentas». Por consiguiente, existen elementos doctrinarios de los movimientos de carácter totalitario que se han ido insertando en los entornos sociales y políticos, en donde dos claros y mordaces ideologías que sostienen la superioridad de un grupo étnico sobre los demás, lo que conduce a la discriminación o persecución social: el racismo y el ultranacionalismo excluyente. Por ende, no importa qué tipo de extrema derecha apliquemos, pues todas precisan de un chivo expiatorio (gente) donde fijar sus atrocidades y, paralelamente, fomentando falacias con una retórica de la época más oscura de la Europa del siglo XX para que crean que pueden lograr lo que esos perversos grupos de malhechores tienen de modo despótico, tiránico e ilícito en los sectores económicos y políticos.
Evidentemente, estos grupos proclives a las complacencias que se apartan del razonable mérito, imponen cosmovisiones que rechazan y desprecian al semejante que consideran no pertenece a su arbitrario y convenientemente favorecido núcleo, lo que representa un delito consistente en intimidar con el anuncio de la provocación de múltiples calamidades hacia las sociedades democráticas o en fase de lograrlo, además de que tales movimientos antisociales son heterogéneos entre sí, pero todos encauzan la opresión, la violencia política, formaciones y movimientos neonazis, neofascistas o supremacistas y, en casos radicales, el genocidio. Tener presente que tan lóbregas corrientes ideologizadas, consideran que la humanidad en decadencia absoluta no tiene otra salida que su refundación basada en la ruptura sistémica con la democracia y fundada en los valores del fascismo, es decir, un movimiento de masas y una ideología política que promueve gobiernos autoritarios y totalitarios, antidemocráticos y militaristas, fuertemente anclado en las nociones de patria y de raza, lo cual se traduce en la opresión y persecución de grupos sociales vulnerables. Que en consonancia con la Organización de las Naciones Unidas (ONU) «Muchas violaciones de los derechos civiles, políticos, económicos, sociales y culturales se basan en la discriminación, el racismo y la exclusión por motivos de raza, color, ascendencia, origen nacional o étnico, sexo, idioma, religión, origen social, posición económica, nacimiento o cualquier otra condición».
En concreto, se reconoce de «derecha» a los gobiernos cuya dirección estratégica proviene del cuerpo social que se consolida en las políticas tradicionales de los sectores reaccionarios, o sea, en los que abogan por preservar el status quo religioso fundamentalista y que en todo caso «toleran» los cambios socioculturales de manera paulatina y parcial, con excesiva intolerancia hacia la convivencia de diversas culturas. Aquí, algunos de sus postulados:
Las diferencias sociales son naturales e inevitables.
El individualismo y la libertad personal son más importantes que el bien colectivo.
La propiedad privada es un derecho que siempre amerita defenderse.
La mano invisible del mercado debe ser el único regulador de la oferta y demanda de bienes económicos.
La iglesia y la religión deben ocupar un rol en la conducción de la sociedad.
El Estado debe brindar el marco mínimo legal y de seguridad que permita el trabajo de la iniciativa privada, interfiriendo lo menos posible o nada.
Como dato adicional, particularmente en Europa, importante sector de las sociedades está a favor de encumbrar los poderes de la monarquía en la figura del veto absoluto, aún sabiendo ¿o no? que tal poder puede impedir las leyes aprobadas por las asambleas constitucionales elegidas por la gente en democrática elección. Esto nos lleva a la reflexión sobre que uno de los leitmotiv de la extrema derecha y las cúpulas elitistas es la negación de otras formas de pensar y actuar. Su «entelequia» se restringe a su definición exclusivista de lo colectivo —una nación o un grupo étnico— con una serie de características culturales, ideológicas, absolutamente reconocibles y delimitadas y que están representadas únicamente en ellos. Por lo tanto, todo lo que difiere y se sale de esos límites o que se muestra completamente diferente es negado como posibilidad y planteado como un enemigo al que hay que aniquilar con embustes, exageraciones, fraudes y hasta pérfida alevosía para asesinar a quien consideran y exponen ante la ciudadanía como un peligro para encubrir sus ominosos intereses.
Por lo expuesto, es urgente elevar la calidad humana en pro del bien común, a partir del humanismo y la conciencia para no agravar o avivar ideologías extremistas de protervos grupos que monopolizan las economías y que pretenden controlarlo todo, engañando y traicionando incluso a sus seres queridos con tal de obtener riqueza, artificial superioridad e hipócrita y patética acreditación para continuar con su oscurantismo.
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