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Inoculados por el odio y la avaricia, sólo braman



Texto e imagen de Fernando Silva


Las normas familiares y sociales que fundamentan los valores morales, mismos que determinan la aceptable o repudiable conducta de cada individuo o de la sociedad en su conjunto, sempiternamente serán motivo de análisis a razón de su perenne transmutación, y sobre las cuales se teje una serie de imaginarios en todos los ámbitos de convivencia, ya que se apela a estos conceptos como medio de nociones, credos, dogmas, doctrinas y costumbres… para reparar un posible daño o inconveniente, así como para emitir juicios de valor que —en alta cantidad de casos— bochornosamente no alcanzan a comprender su significación y transcendencia. En tal escenario, es lamentable que un sinnúmero de mujeres y hombres tengan algo por cierto sin conocerlo de manera directa ni que lo hayan comprobado y, mucho menos, sin contar con los elementos de conocimiento y argumentación para demostrarlos.

En esa dirección del entendimiento, es esencial —en pro del bienestar general—, replantearnos qué estamos comprendiendo por las concepciones de bien y/o del mal, entendidos de que si nos educamos desde los hogares con el digno ejemplo, respeto y afecto; si participamos en las actividades sociales en sensata convivencia y colaboramos en los compromisos relacionados con el ejercicio de una determinada profesión teniendo en cuenta las aportaciones de la deontología, tendremos mayor oportunidad de elevar nuestra calidad humana y, por ende, promover mejores condiciones de vida para todo ser viviente. Sobre el particular, el precursor de tan racional conocimiento —debido a sus naturales condiciones del entendimiento humano— el filósofo Aristóteles de Estagira, al plantear la examinación sistemática y científica de todas las áreas del conocimiento humano, así como por la axiología o «Teoría de los valores», que en su índole como concepto polisémico refiere al sentimiento del mismo modo que la verdad al juicio, constituyendo el pilar para las normas basadas en el entendimiento o la conciencia —no en los sentidos—, además de la aplicación adecuada de los criterios jurídicos, de los cuales el filósofo Immanuel Kant fue uno de los principales exponentes de los saberes que buscan establecer —conforme a la razón— los principios generales que organizan y orientan el conocimiento de la «realidad» y el sentido del obrar humano, así como los que defienden de forma categórica las ideas u opiniones fervorosas, filosóficas, políticas, culturales… sustentadas por una persona o grupo con idiosincrasia dogmática.

En ese orden de ideas, desde la Filosofía han prevalecido específicas y refutadas definiciones, siendo la ética la reflexión filosófica sobre la moral que, a su vez, consiste en los códigos de normas imputados a cada sociedad —de acuerdo a su cultura— con el objetivo de regular el comportamiento de sus integrantes. Asimismo, el filósofo, historiador, sociólogo y psicólogo Paul-Michel Foucault —en su análisis de la ascética griega—, reiteró en el estudio de cuatro volúmenes «Historia de la sexualidad», la voluntad de saber y las valoraciones morales sobre el sexo, argumentando que a partir del siglo XVII puede encontrarse una proliferación de discursos de la burguesía sobre la condición orgánica-hormonal masculina y femenina, en una exhortación para escuchar y hablar sobre tan natural tema. Con ello demostró la hipócrita, reaccionaria  y represiva hipótesis organizada de grupos de extrema derecha que suponen que la sexualidad es un asunto que no debe ser abordado en las instituciones de formación básica ni en espacios públicos, ni presentada en museos, bibliotecas y, mucho menos, exhibir el trabajo de autores literarios y creadores de las expresiones estéticas–artísticas.

Sobre el particular y sin dejar que la memoria se extravíe en la cerrazón mental de los sectores conservadores y de derecha que han intentado expandir su arcaico pensar en ámbitos sociopolíticos, tenemos como ejemplo el que hace tan sólo unos meses en los Estados Unidos Mexicanos pudimos ser testigos de algunas ominosas acciones afines a gobiernos neoliberales, como el falso plantón en la plaza de la Constitución, informalmente conocida como el Zócalo, del Frente Nacional Anti-AMLO (Frenaa) y el movimiento político «Marea Rosa», de Claudio X. González —actualmente conocido como el «Junior tóxico»—, cuyas ideologías se caracterizan por ser ultranacionalistas, autoritarias, falaces, racistas, aporofóbicas, clasistas, ponzoñosas, desleales a la patria… En ese sentido, el profesor en el Instituto de Ciencias Jurídicas de Puebla, Daniel Silva Loyola; el profesor-investigador en el Instituto de Ciencias Sociales y Humanidades «Alfonso Vélez Pliego», Carlos Figueroa Ibarra, y el profesor-investigador en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, Octavio Humberto Moreno Velador, exponen lo siguiente en el apartado «Derecha, extrema derecha y neofascismo» del escrito «FRENAA el pionero neofascista en México», publicado en la revista «Conflicto Social», año 16, número 19, del Instituto de Investigaciones Gino Germani de la Facultad de Ciencias Sociales, de la Universidad de Buenos Aires: «…ideológicamente las derechas tienen como eje principal a la libertad (incluida la libertad de empresa y mercado) en un ambiente de dominación. El igualitarismo no forma parte de dicho pensamiento, pero lo que distingue a las derechas radicales es su intolerancia y su inclinación por formas totalitarias tanto de pensamiento como de poder. Para la derecha en general, el valor más importante es la libertad individual sustentada en la existencia de una supuesta naturaleza humana, es un orden y jerarquía natural inherente a la propia humanidad. Por tanto, desigualdad y dominación es el resultado natural de la competencia que los miembros de la sociedad establecen mutuamente».

Lo inquietante es que la oligarquía en nuestro país ha ganado adoctrinados adeptos por medio del malintencionado efecto de las noticias falsas diseminadas en las redes sociales y en los obsequiosos medios masivos de (des) información que, en dócil obediencia, confunden y disgregan a sus televidentes y escuchas desde mediocres hasta fraudulentos contenidos, conjuntamente con el ofuscado consumismo de ideas fundamentales que caracteriza el pensamiento que es afín al odio, el miedo, la indiferencia, la vanidad, la intolerancia, la soberbia, la avaricia, el clientelismo político, la corrupción, el cohecho, la perniciosa polarización, la vinculación con extremismos extranjeros violentos…, así también, por no levantar la voz ante los anacrónicos bloqueos comerciales a naciones en todos los continentes, las despiadadas y ventajosas disposiciones de los líderes de las mayores economías del mundo dirigidas por el monstruo financiero Black Rock, la erosión de la clase media y el abandono humanitario hacia la gente pobre y vulnerable; el genocidio, como el llevado a cabo por el gobierno del primer ministro israelí Benjamín Netanyahu; la incompetencia de la Organización de las Naciones Unidas y la Corte Internacional de Justicia…

Es lamentable que estos grupos hegemónicos inoculados por el odio y la avaricia piensan y actúan en función de sus mezquinos intereses, tan sólo braman, evidenciando su torpeza mental, su mala intención y el que seguramente no cultivaron dignos valores —ni desde temprana edad ni siendo adultos—, poniendo de manifiesto su falta de capacidad para entender y/o comprender el apego hacia todo lo que tiene que ver con lo justo, los derechos humanos, la empatía, la bondad, la fraternidad, la tolerancia, la libertad, la paz, el respeto…

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