Por: Fernando Silva
La identidad, la transmisión de conocimientos, constantes ancestrales y la manera de proceder, concretamente, la cultura en cada región del mundo, nos permite observar y reflexionar sobre la espiral de conversión del conocimiento, en donde preceptos, dogmas, principios, valores, derechos, filosofías, opiniones, hábitos, ideologías (para el bien o el mal), usos y costumbres, pensamientos ontológicos y un sinnúmero de modos y formas del comportamiento humano, así como las diversas y naturales evoluciones han establecido las circunstancias en las que vivimos en el aún lozano siglo XXI —ya sea con felicidad o tristeza, bienestar o desventura— o, quizás algunos, simplemente, sin querer sentir sus emociones ni recapacitar en nada o muy poco que les represente pensamientos intrusivos y, aún más delicado, si se padece del trastorno de identidad disociativo. Consecuentemente, se evidencia que para mucha gente el pensamiento social le resulta insuficiente para entender el proactivo proceso del pensamiento racional, es decir, la reflexión y la variedad de opiniones extendidas en el pensamiento social se caracterizan —en su acepción más amplia— en estar fundamentado en el método científico y nutrirse de él, y el pensamiento racional, de manera natural, forma parte de los seres humanos y nuestra historia, en un constante seguimiento y aquiescencia de las cosas con el concepto que de ellas nos formamos al sentir y pensar conforme potenciamos la facultad de discurrir.
En el discurso cotidiano, cuando hablamos de repercusiones naturales y legítimas, por lo general nos referimos a la coherencia con la cual vamos hilando las ideas. Dicha conexión conjuga dos aspectos en principio: Primero, la estructuración secuencial de las palabras, las cuales responden a ciertas reglas gramaticales y evolucionan de acuerdo a ciertos consensos locales, regionales y universales. Y, segundo, el discurso ambiguo, el cual —a pesar de que carece de la debida relación lógica— puede generar significados congruentes de acuerdo al contexto en el cual se producen. De allí las alegorías expresadas por cada autor de las bellas artes que se transmutan en una destreza discursiva e interpretativa para comprender sustancialmente la multidimensionalidad de los argumentos que asumimos al formular y elaborar ideas y piezas artísticas. Por lo tanto, lo irracional —desde lo no natural e ilícito— también tiene sus significados si se le analiza desde una posición integradora a través de la teoría del pensamiento estético, en donde sentir-pensar-experimentar-crear se armonizan trascendiendo lo lineal, lo medible, lo fragmentado y categorizado. En tan «mágica fórmula» se tiene la llave mental que abre la puerta de la percepción, de la observación, el conocimiento, el razonamiento, la intuición, el entendimiento, la conciencia, la libertad y, finalmente, lo admirable de la creación.
En consecuencia, el conjunto de saberes de las bellas artes —al hacer frente al proceso de crear— no puede eludir su propio objeto, el hacer mismo. De ahí que a la hora de reivindicar un precepto gnoseológico entre el producir y ser humanos, no necesitamos tan sólo una idea, método y técnica inapelable, sino un sentido para lo realizable y para lo posible en términos del conjunto de elementos estilísticos y temáticos que caracterizan a cada autor o movimiento artístico. En este sentido, uno de los temas o argumentos que mayor interés y debates suscita, es el individual grado de compromiso en relación a la conciencia social ante la situación caótica en que se debate el mundo. Aquí, las preguntas y respuestas sobre este bregado asunto han sido diversas, desde lo lamentable que se observa en bochornoso número de «Hampartes» —como los calificaría el colega Antonio García Villarán— esos escultores, escritores, músicos, pintores, bailarines y cineastas sumergidos en su interés personal y/o de caciques culturales, hasta el enfoque provocador que plantea el asunto situándolo en el verdadero campo de vida que es la historia y examinándolo a la luz del proceso de descomposición cultural de las sociedades. Y en medio del codificado escenario, están los que hacen crítica, que en muchos casos, ni siquiera tienen las herramientas suficientes de conocimiento ni de experiencia como para hacer tan valiosa labor, y quienes sí tienen la erudición requerida, podrían desmarcarse de los otros y, mejor, hacer filosofía con juicio y sensatez sin abandonar el terreno de la praxis.
Por ello, tener acceso al conocimiento de lo que nos mueve a belleza se da a través de los distintos lenguajes que conforman la experiencia estética; esas expresiones que se configuran como sistemas de símbolos donde su especificidad está dada por las diferentes condiciones semánticas y sintácticas, en consecuencia, las bellas artes cobran un profundo interés por representar uno de los modos distintivos mediante el cual se accede a lo simbólico, en concreto, a la percepción más pura de la libertad. Así, el discernimiento estético es una adecuación del pensamiento y del signo, en otras palabras, de la constante búsqueda y representación de lo inédito, revolucionario e irrepetible, cuya perfección está en su carácter que trata del ser en cuanto tal, y de sus propiedades, principios y causas primeras, donde hay un ofrecimiento de identidad entre la forma y el sentido en la capacidad comunicativa de cada autor.
A partir de la esclarecida elucidación, es que no resulta pertinente hablar de hacer arte como si fuera algo privativo de unos cuantos, puesto que cualquiera tiene la habilidad para hacer algo. Y ya que estamos en este menester, tal modo de significar cuando se realiza lo que sea, debe guardar su debida disposición y correspondencia, como cuando se propaga con delirante fastuosidad ¡Las creaciones de arte!, respecto a espontáneos y cándidos dibujos de infantes. Por ello, resulta prudente que educadores y profesores respeten el ámbito y los criterios que determinan ser un autor profesional, así como solicitarles de la manera más atenta que en su afán de exaltar su trabajo, eviten reproducir tan edulcoradas frases para halagar principalmente a los familiares. De la misma manera que sería ligero y desatinado decir ¡La obra arquitectónica!, a la casita de palitos que ha realizado el pequeño, por linda que sea. Aprovecho para resaltar nuevamente que, cuando los menores intentan dedicarse seriamente a las expresiones estéticas —ya mayores— es recurrente que muchos padres, tutores y hasta profesores les increpen sin contar con todos los elementos de juicio ¡Pero, ¿de qué vas a vivir?! A lo que fácilmente se les podría contestar: De lo que vivió o viven Diego Rivera, Rufino Tamayo, Leonora Carrington, Consuelo Velásquez, Agustín Lara, Luis Barragán, Juan O'Gorman, Tatiana Bilbao, Jaime Sabines, José Agustín, Elena Poniatowska, Octavio Paz, Alejandro González Iñárritu, Guillermo del Toro, Emmanuel Lubezki, Juan Soriano, Javier Marín, Leonardo Nierman, Fernando Silva…
Evidentemente, hablar sobre el pensamiento racional en las expresiones estéticas requiere mayor holgura para abordarlo, pero es seductor considerar que desde el análisis reflexivo su formulación —como una cualidad intelectual hasta su articulación en un grado de procesamiento cognitivo— debe incluir el razonamiento filosófico como sensato generador de mejores ideas y realizaciones, como parte de los procesos cognoscitivos sensoriales medibles en habilidad, argumentación, capacidad, virtud, compromiso, maestría y profesionalismo, en bien de elevar la calidad formativa de todos y, esencialmente, la calidad humana en pro del bien común, la estabilidad ética moral y la paz mundial.
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