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Por Omar Garfias
@Omargarfias
Para tener presencia en el escenario político, representar intereses legítimos, rescatar la pluralidad y desempeñarse como contrapeso, las oposiciones necesitan de capacidades operativas, técnicas, políticas y prospectivas que hoy no tienen.
Carecen de redes de personas que, cara a cara, capten demandas, expongan ideas, canalicen casos particulares, defiendan, convenzan, repartan propaganda, organicen, transmitan mensajes, movilicen, etc.
Ya no existe la estructura territorial del Partido Revolucionario Institucional (PRI).
Lo peor es que hay quienes se resisten a aceptarlo o pretenden reconstruirla a la vieja usanza: con dinero y de arriba hacia abajo, pero sin hacerse cargo de que ya no es un partido de Estado y no tiene los recursos para pagarla ni la ascendencia para nombrar líderes por elección del jefe. No conciben una estructura voluntaria y democrática.
Tampoco existe más el activismo, la acción sincronizada, de la militancia del Partido Acción Nacional (PAN).
La única actividad de la mayoría de los miembros activos de ahora es votar en las elecciones internas. Sólo eso.
En ese partido, el poder lo tiene quien controla el padrón y se abre o cierra la puerta en razón de ello. Al viejo PAN de liderazgos empresariales y militancia ciudadana lo sustituyó el llamado “padronero”, con su lista en mano para cuando alguien la necesite y pague.
Estos partidos no cuentan con propaganda exterior en calles. Creen que sólo se hace durante las campañas electorales y sólo conciben la que es pagada.
Cualquier activista de izquierda de los años 70 y 80 puede contarles lo efectivo que fue pintar bardas con consignas en colonias y fábricas. Se consolidó una de las fuerzas de resistencia a un partido de Estado, lo que impulsó, después, la transición democrática.
Eran bardas pintadas por los propios opositores convencidos, no pagados.
No cuentan con un plan de medios para romper el cerco mediático que varias empresas del ramo han configurado. Incluso periódicos heroicos en el pasado, hoy despiden colaboradores opositores y rechazan publicar desplegados.
No cuentan con una estrategia digital que les permita protagonizar la fundamental conversación pública de las redes sociales y llegar más allá de las mismas, pocas, gentes de siempre.
El número de vistas y likes de sus publicaciones es irrisorio.
No cuentan con un trabajo de investigación-análisis-planeación del trabajo político.
El título de esta colaboración lo tomé de Carlos Flores Rico, quien añade: “…Exige profundo estudio del electorado, idea de la dinámica de las actitudes; segmentar e identificar objetivos; diseñar y probar mensajes; estrategias de comunicación y movilización. Si no, todo es farsa y tonadillas”.
Ni en campaña hay planeación sistematizada. Hay encuestas, desvinculadas; cada candidato hace la suya, pero no se analizan a profundidad, de modo que las actividades siguen siendo ocurrencias sin correspondencia con lo que dice la investigación y sin ser evaluadas. La investigación sigue el destino de las viejas enciclopedias: un adorno, un requisito para aparentar intelectualidad.
No se construyen rutas, conjuntos de actividades calendarizadas, hacia los futuros deseables, con la participación de la militancia y de la sociedad.
No cuentan con un esquema de creación y multiplicación de liderazgos que generen confianza.
Ha quedado demostrada la importancia de la narrativa, pero debe recordarse que es tanto más importante el narrador.
Los partidos opositores tendrán en regidores y diputados una oportunidad de construir figuras que representen intereses legítimos de sectores, causas sociales, necesidades de la población, demandas concretas y posturas ideológicas.
Eso implica que regidores y diputados estén donde esté la gente, en las colonias, los ejidos, las empresas, las universidades, las calles, las plazas. Por sistema, no por excepción.
Nada más estéril que una genial iniciativa de ley, desconocida por sus beneficiarios, o una pavimentación sin oficio de solicitud firmado por todos los de la calle.
No hay mayor onanismo que ganar debates con las tribunas vacías, sin manifestantes afuera.
Hay quien sugiere callar las insuficiencias y ocultar los errores. Hacerlo es perpetuar los males. Es el estilo autoritario que priva en Morena. El Fisgón diciendo a morenistas: “dejen de decir estupideces”. Callar no es una opción democrática.
Hay quien convoca a no hablar de democracia a los electores porque, dicen, “a la gente no le importa”.
El error fue no hacer una pedagogía en la transición que demostrara la real vinculación entre democracia y condiciones de vida. Es irrefutable que la existencia de contrapesos, de transparencia, de límites al poder arbitrario y de elecciones libres, tiene efectos demostrables en el bienestar del ciudadano común.
No se hizo tal demostración y, ahora, algunos convocan a sólo hablar de despensas, como si sólo la élite fuera capaz de resentir y lamentar las malas políticas y los gobiernos abusivos y corruptos.
Hay quien enarbola el pensamiento mágico de que instancias de afuera presionarán al obradorismo, como si no hubiera decenas de países donde el populismo campea con la tolerancia de gobiernos y organismos, a cambio de canales especiales para sus empresas e intereses comerciales.
Nadie va a venir a hacer la tarea de las oposiciones.
La tarea es construir oposiciones atractivas para ciudadanos que no quieren volver al pasado; escépticos y desencantados; es forjar organizaciones y partidos con propuestas frescas y articuladas en una narrativa que dé sentido a que la combinación de bienestar, desarrollo, libertad y democracia es posible y preferible.
Es imprescindible fortalecer las capacidades técnicas, operativas, políticas y prospectivas.
Es imprescindible la pedagogía democrática a la población.
Más oposiciones, mejores oposiciones.
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